Es común que estos dos conceptos se mezclen y se lleguen a confundir. Los dos son alteraciones del sueño, concretamente del grupo de las Parasomnias, y aunque tienen algunas características similares a continuación veremos cuáles son las principales diferencias.
Las pesadillas
Las pesadillas son uno de los trastornos más frecuentes en la infancia. Suelen aparecer en la segunda mitad de la noche y son sueños desagradables fruto de alguna inquietud o preocupación que tiene el niño en su momento vital. Habitualmente consisten en sueños largos y muy elaborados que provocan en el niño una fuerte sensación de ansiedad o miedo. El episodio suele acabar cuando el niño despierta pasando a un estado de plena alerta y angustia y siendo capaz de relatar con muchos detalles el sueño que acaba de tener.
Orientaciones para los padres
Es importante que cuando el niño despierte de la pesadilla vayan al dormitorio y lo escuchen y le tranquilicen utilizando una voz suave y sin mostrarse excesivamente preocupados por lo que acaba de suceder. Es mejor no agobiar al niño con demasiadas explicaciones de entrada (intentando, por ejemplo, demostrarle que los monstruos sólo existen en su imaginación), pero resulta muy útil hablar sobre la pesadilla en un ambiente calmado y lúdico. Se lo puede animar a que haga un dibujo de la pesadilla como medio para sacar fuera el miedo y así poder manipular la historia e incluso cambiar el final, ayudándolo así a superar la angustia.
Los terrores nocturnos
A diferencia de las pesadillas, los llamados terrores nocturnos suelen aparecer en la primera mitad de la noche y durante el episodio es habitual que el niño se siente bruscamente en la cama y empiece a gritar y llorar con una expresión facial de terror y signos de intensa ansiedad. En este caso el niño no suele despertarse fácilmente y si se despierta se muestra confuso y desorientado durante unos minutos y con una sensación de miedo que no consigue relacionar con nada puesto que no recuerda el sueño que acaba de tener.
Orientaciones para los padres
Los terrores nocturnos normalmente desaparecen con el tiempo. En los casos leves los padres tienen que adoptar una actitud tranquila y simplemente tienen que vigilar que durante el episodio el niño no caiga o sufra ningún daño físico derivado de su incorporación en la cama. Tenemos que recordar que el niño no está despierto, así que hay que esperar que el episodio siga su curso natural pero bajo nuestra vigilancia.
Es importante recordar que cada niño es diferente y que la manera en que se presentan tanto las pesadillas como los terrores nocturnos puede variar en cada caso. Si la sintomatología persiste es recomendable consultar a un especialista.
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